Con la directiva dada por el presidente Trump al Pentágono para utilizar las fuerzas militares en operaciones en contra de los carteles de las drogas, inclusive si esto implica violar la soberanía de otros países, se abre la puerta para una nueva oleada de intervencionismo militar de parte de los Estados Unidos en los países del continente.
En un acto que evidencia el papel de potencia imperial que ha ejercido en la región durante todo el siglo XX y lo que va del XXI, Estados Unidos desplegó ingentes recursos militares en el mar Caribe, a una escala que no se veía desde la invasión a Panamá en 1989, acción que fue rechazada por el gobierno de Virgilio Barco y su canciller Julio Londoño Paredes.
El envío a la zona del Grupo Anfibio de Despliegue Inmediato, integrado por buques de asalto, transporte y desembarco “acompañados por la Unidad Expedicionaria de Marines (MEU) compuesta por unos 4000 efectivos y una fuerza de élite capaz de ejecutar operaciones aéreas, marítimas y terrestres”, según información de El Tiempo, confirma la demostración del poderío norteamericano. Ello se suma a que ya habían sido desplegados un submarino nuclear, aviones Poseidón y varios buques “crucero” y “destructores”, tres de los cuales están equipados con un sistema de mísiles Aegis (el USS Gravely, el USS Jason Durnham y el USS Sampson) además del USS Iwo Jima, buque de asalto de gran tamaño que puede transportar helicópteros, aviones de despegue corto, vehículos blindados y cientos de infantes de marina de operaciones rápidas. Al listado se suman el USS San Antonio, para desembarco de tropas y el USS Fort Lauderdale para aportar transporte y logística.
La declaración de Marco Rubio de que EE.UU tiene “la intención de utilizar todos los recursos necesarios” no deja espacio para ninguna duda sobre las verdaderas intenciones del Pentágono. Pete Hegseth, Secretario de Defensa de la superpotencia añade que la prioridad de las Fuerzas Armadas es “defender la patria” y garantizar el acceso estratégico de EE.UU. a infraestructuras críticas como el Canal de Panamá, además de frenar el narcotráfico, la migración ilegal y otras amenazas trasnacionales.
De acuerdo con la narrativa progringa, el movimiento de tropas se realiza para contrarrestar las amenazas de los carteles ahora considerados organizaciones terroristas y un asunto de seguridad nacional para los Estados Unidos. Sin embargo, desde la caída de la Unión Soviética, la justificación para la intervención militar en América latina pasó de ser la lucha antisubversiva a la lucha antinarcóticos, asunto que no ha hecho sino empeorar desde que la estrategia de “lucha contra las drogas” fue lanzada por Estados Unidos a mediados de la década de los setenta.
Según el portal El Orden Mundial “a lo largo del siglo pasado, Estados Unidos se inmiscuyó más de 50 veces en sus vecinos del sur de manera exitosa. En estos cincuenta episodios, las fuerzas estadounidenses lograron cambiar el rumbo de las políticas latinoamericanas —e incluso modificar sus gobiernos— para amoldarlos a los intereses de Washington”.
Como lo recuerda el cronista Germán Castro Caycedo en su libro “Nuestra Guerra Ajena”, “en el año 2000 Washington implantó la Ofensiva al Sur o Estrategia Andina, que le vendió a este país mimetizada con el nombre de Plan Colombia, una guerra con el pretexto del narcotráfico, pero en realidad, orientada a controlar a Colombia y al resto de los países amazónicos”. Como complemento al Plan Colombia vino la anexión a la OTAN bajo el estatus de “socio global” con lo que las Fuerzas Militares de Colombia entraron a hacer parte de una alianza determinada por intereses ajenos a los del país.
Es bajo este marco que se realiza cualquier cooperación militar, eufemismo utilizado para referirse públicamente a la relación desigual y desventajosa que existe entre las Fuerzas Militares de Estados Unidos, que mandan y deciden, y las de Colombia, que acatan y obedecen.
A pesar de lo dicho, más tardó Estados Unidos en anunciar el envío de las tropas al mar Caribe que el ministro de defensa del gobierno de Petro en darle la bienvenida a la presencia militar norteamericana. Unos días antes el presidente Petro había negado la participación del secretario de estado norteamericano en un golpe de Estado en su contra y había ordenado cooperar con todos los ejércitos, especialmente con el norteamericano. La activa colaboración del gobierno de Petro con la presencia militar gringa en la región se suma a la obsecuencia que ha tenido con la construcción de una instalación militar financiada por Estados Unidos en la isla Gorgona y a la propuesta de Petro de armar “una OTAN amazónica”, por fortuna rechazada por los demás países con presencia en la zona.
Queda claro como el gobierno de Petro atenta en contra de la Soberanía Nacional tanto en la práctica como en lo retórico. En la práctica porque profundiza la relación de dominación que existe entre Estados Unidos y Colombia en todos los frentes, económico, político y militar, y en la retórica porque utiliza el discurso para congraciarse con el cuestionado e ilegitimo gobierno de Nicolas Maduro y disimular el rol de Colombia como país supeditado a los intereses de Washington.
A propósito del hermano pueblo venezolano, Colombia Soberana ya señaló, tras las elecciones del año pasado, que “Las villanías del Gobierno de Maduro, que no pueden justificarse con ningún ropaje, muestran que representa los intereses de una camarilla que usufructúa el poder y no los democráticos de la nación venezolana”.
Colombia Soberana reitera que ni para el hermano pueblo de Venezuela, ni para los colombianos, ni para ninguna Nación que se precie de defender el interés nacional, resulta aceptable centrar las esperanzas de cambio en una intervención militar extranjera que tiene sus objetivos en el control de recursos naturales estratégicos, al margen de que los venezolanos puedan ejercer sus derechos políticos.
Como lo señaló con acierto prominente Francisco Mosquera “El apremio más imperioso de Colombia reside en salir del neocolonialismo, causa suprema de sus trágicas desventuras. En esa magna faena el proletariado requiere de la cooperación y la acción coordinada de los escuadronas más confiables en la lucha por la emancipación nacional y aun de los menos consistentes sin desdeñar el concurso de las capas progresistas de la burguesía”.