Ronald Reagan invadió la isla de Granada en 1983 con más de 7.000 hombres y derrocó al Gobierno de facto de Hudson Austin. En 1989, con 26.000 tropas y artillería terrestre, aérea y naval, George H. W. Bush tumbó y se llevó preso a Manuel Noriega de Panamá. Ahora, en el segundo mandato de Donald Trump, Estados Unidos desencadena un nuevo despliegue militar de envergadura. Lo encabeza el portentoso portaaviones USS Gerald Ford, que transporta hasta 90 aeronaves —entre ellas cazas F-35, F/A-18E/F Super Hornet, aviones de espionaje E-2D Hawkeye, el electrónico EA-18G Growler, helicópteros MH-60R/S y drones de combate— y está respaldado por tres destructores que, junto con las fuerzas acantonadas en Puerto Rico, suman ya más de 10.000 efectivos. La operación se bautizó “Lanza del Sur”.
En agosto, cuando Estados Unidos inició la escalada, Colombia Soberana expresó que “ni para el hermano pueblo de Venezuela, ni para los colombianos, ni para ninguna Nación que se precie de defender el interés nacional, resulta aceptable centrar las esperanzas de cambio en una intervención militar extranjera que tiene sus objetivos en el control de recursos naturales estratégicos”. El objetivo es derrocar el régimen de Maduro, calificado de autoritario hasta por la propia izquierda venezolana, pero sustituyéndolo por la fuerza externa con un gobierno funcional a los intereses de Washington.
El 20 de octubre, cuando las bombas de los ataques a embarcaciones en los océanos caían en nuestras aguas, Colombia Soberana de nuevo llamó a “rechazar las asechanzas imperialistas de Trump” y señaló que “la reedición de las épocas del ‘gran garrote’ en tiempos de Trump ratifica que, mientras existan las relaciones neocoloniales con las que el imperialismo norteamericano ejerce su preponderancia sobre el sur del Continente, no habrá paz ni prosperidad”.
La presencia incremental, por acumulación de fuerzas, va en consonancia con el aumento del número de ataques a embarcaciones en el Mar Caribe y en aguas del Océano Pacífico, varios frente a las costas de Colombia. Hacia la primera quincena de noviembre llegaban a 20 y con más de 80 muertos, de los cuales al menos uno es colombiano.
Vale recordar que Estados Unidos se ampara, por un lado, en la definición territorial del TLC, que excluye la Zona de Explotación Económica y las 200 millas mar adentro como si no fueran parte de Colombia; y, por otro, en la normalización de operaciones militares conjuntas, varias durante este Gobierno de Gustavo Petro. Así sucedió en junio de 2024 en aguas del Pacífico colombiano, cerca de Buenaventura, cuando el portaaviones USS George Washington realizó ejercicios navales con la Armada de Colombia en la operación “Southern Seas”. Tío Sam ha surcado esas aguas como “Pedro por su casa”.
Así como en Granada hubo una “cara oculta” para el desembarco de los marines, que erradicaría de esa isla la influencia cubano-soviética, ahora, tras la mampara de la lucha contra las drogas, la mira está puesta en esa desestabilización del régimen de Nicolás Maduro, en la vía de su derrocamiento. Se busca asegurar de contera el traspatio frente a las influencias de China y Rusia y tomar el control físico de los ingentes recursos naturales de ese país, en particular de petróleo, inclusive los de El Esequibo que se disputan con Guyana. La superpotencia adelanta un característico procedimiento imperialista.
Frente a este teatro de guerra montado por Trump, ha de examinarse la actitud asumida por el presidente de Colombia, Gustavo Petro. En agosto su ministro de Defensa le dio la bienvenida a la misión gringa en el Caribe y, al otro lado, en el Pacífico, continúa con la construcción de la instalación militar yanqui en Gorgona, en respaldo a la red de radares Kelvin Hughes cuyo manejo es compartido con los norteamericanos. Entre los hechos gubernamentales no hay ni una sola acción eficaz que contrarreste en ningún campo las agresiones estadounidenses, ya descalificadas por la ONU, ni siquiera una nota oficial de protesta. Por el contrario, el pasado 8 de octubre, la Fuerza Aérea participó en un foro en Holanda para “fortalecer”, “elevar” y “multiplicar el impacto” de la OTAN y sus aliados.
Otra cosa son los dichos petristas, algunos de los cuales se ha retractado. Su «oposición» a Trump se reduce al “tipo de disensiones (…) que no adoptará un carácter irreconciliable o de ruptura total”, como dijera Francisco Mosquera en 1984, cuando expresiones del belisarismo, frente a diversos temas, se contraponían a las imposiciones norteamericanas, como en el trato de la deuda pública externa.
Para la galería mundial, Petro, en actitud provocadora, exaltada de modo inusual por el New York Times, se va de boca contra Trump. Ocurrió en el sainete en Manhattan, en la entrevista a Univisión y, a través de la red X, en una saga de réplicas a la descertificación, a la supresión de la visa o a su inscripción en la lista OFAC. Detrás de tales relumbrones de bengalas artificiales, se ajusta en la práctica a los intereses centrales del imperialismo norteamericano.
Las fuerzas patrióticas y democráticas de Colombia deben rechazar la gigantesca ofensiva militar estadounidense que se fragua. Igualmente les corresponde diferenciarse de la palabrería oportunista de Petro, quien —en dañino aventurerismo— intenta usurpar las auténticas banderas de la soberanía para dirimir un pleito personal con Trump, estimulado por el Partido Demócrata de la metrópoli. Asimismo, han de acogerse los justos reclamos de sectores sociales contra los eventuales efectos de un agravamiento de la situación por cuenta del infantilismo de Petro. No es posible una acertada lucha contra el imperialismo sin la indispensable que se libre contra los oportunismos.
Tan reprochables como la desmedida ambición de Petro de volverse “inolvidable” por su rencilla con Trump, son las expresiones de abierta sumisión y de respaldo a la agresión militar del imperialismo que se derrochan desde el “centro” hasta la extrema derecha. Hay unos que fincan sus aspiraciones políticas —y la suerte del país y de Suramérica— en las andanadas de los halcones republicanos, como también existen otros bandos que las porfían a las embaucadoras iniciativas de las palomas demócratas. Ambos corean el estribillo del “aliado estratégico”, para darle un manido toque de maquillaje a la condición neocolonial.
La posición de Colombia Soberana frente a la agresiva operación “Lanza del Sur” es consecuente con la que, durante dos años y medio ha dedicado a denunciar la opresión que Estados Unidos ejerce sobre la nación colombiana, a demostrar que Gustavo Petro la profundiza bajo engañosos emblemas de “cambio” y de “reformas sociales”, y a promover la resistencia civil contra las políticas reaccionarias del nefasto Gobierno.
En consonancia con esa línea de principios, nuestro partido ratifica sus posiciones —que se nutren ante la embestida de Estados Unidos en el hemisferio— e insiste en que, para contrarrestarla, urge conformar una gran unidad por la Nueva Democracia en cuyos cimientos están los trabajadores, los campesinos e indígenas, la juventud patriótica, la intelectualidad democrática, el empresariado nacional, los sectores nacionalistas consecuentes y aquellos que de corazón deseen contender por una patria próspera y amable para toda la población. Colombia Soberana no retrocederá en ese empeño.





