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Reinaldo Spitaletta

Escritor, periodista y transeúnte. Columnista de El Espectador.

Otra cara de la “caridad” imperialista

Aún no ha cesado el revuelo por la extinción de la Usaid, que disfrazaba de “ayudas” lo que en rigor ha sido una compra de conciencias, una puesta en escena para mantener el dominio imperial en casi todo el mundo.

A principios de los sesenta, en plena Guerra Fría, John Kennedy, en una reacción contra la revolución cubana, cuando además se pensaba que un movimiento social como ese era “contagioso”, diseñó una táctica de control imperialista: la Alianza para el Progreso. La idea, en su ánimo de mantener sojuzgada a América Latina, era, en una política acompañada de intromisiones en los asuntos internos de los países, promover ciertos desarrollos económicos. En ese marco, creó Estados Unidos la Agencia para el Desarrollo Internacional, luego denominada Usaid.

Ahora, cuando Donald Trump ha terminado con ese organismo de “ayudas internacionales”, que además durante años se dedicó a financiar fundaciones y organismos no gubernamentales, que aparecían como si fueran independientes, es pertinente recordar los antecedentes de esa manera de domesticación a la usanza de Washington.

La Alianza para el Progreso, que en Colombia se inició bajo el gobierno dócil de Alberto Lleras Camargo, inaugurador del Frente Nacional, tuvo sus cuestionamientos en la famosa reunión de la OEA, en Punta del Este, Uruguay, en la que asistió el Che Guevara en representación de Cuba, como ministro de Industria. “El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad”, dijo el Che, el mismo que calificó a la OEA como el ministerio de las colonias de Estados Unidos.

Unas veces con los mecanismos de extraña “caridad” a veces con sectores pobres de América Latina, y otras con una abierta injerencia en asuntos internos de los países que conformaban el extenso solar de la metrópoli, esta, a través de la CIA y otros organismos menos evidentes en su intervencionismo, movió fichas, promovió golpes de Estado, puso y depuso presidentes. Esta ha sido una vieja práctica imperial, con colonizaciones culturales y económicas, pero con el uso de una máscara que encubre su fisonomía vampiresca y de agresiones.

Ahora, cuando aún no ha cesado el revuelo por la extinción de la Usaid, que disfrazaba de “ayudas” lo que en rigor ha sido una compra de conciencias, una puesta en escena para mantener el dominio imperial en casi todo el mundo, saltan a la palestra antiguos métodos, como los infiltrar periódicos, ONG, comprar “intelectuales” y otras “groserías”.

Los tentáculos de la “agencia de ayudas” estadounidenses, prolongados por casi todas las coordenadas universales, atraparon medios de comunicación, que figuraban como independientes, pero que, en esencia, estaban al servicio de las políticas de expansión de Washington y las corporaciones. Fabricó “pobres de derecha”, doblegó conciencias de periodistas, infiltró el poder judicial en muchas partes, aupó a medios que aparecían como progresistas. Una red del poder imperial.

Quizá por tanta platica que ha llegado a ciertos medios de comunicación venales, es que se daba la táctica de guardar un “silencio estratégico” sobre ciertos temas, como el genocidio de Israel contra Palestina. Es la política nefasta del “todo se compra”, “todo se vende”. O, por qué no, la que es muy manifiesta por aquí y por allá, del “todo vale”. Con tales ayudas, Gringolandia podía establecer las “agendas informativas”, que digo, ideológicas, y por supuesto desinformativas, de muchos medios bajo su coyunda.

Por un puñado de dólares, hubo actores, como Angelina Jolie y Sean Penn, que apoyaron al ucraniano Zelenski. La Agencia les desembolsó denarios para el efecto. Ahora, hay que pensar que la “nueva derecha”, encabezada por Trump y Musk, no es que tenga intenciones de democratizar nada, o que les dio un arrebato “libertario”. Su idea es, ya lo ha dicho el copetón, fortalecer primero los mercados internos, volver en su delirio a hacer de nuevo grande a un imperio que, quiérase o no, está en decadencia.

Sí, en declive está el imperio que, durante mucho tiempo, ha camuflado de “ayudas humanitarias” y “asistencia económica” sus agresiones, penetraciones y otras injerencias en los asuntos internos de los pueblos. Trump, que aspira al mismo tiempo ampliar la órbita imperial con Groenlandia, con Canadá, en fin, ha desmantelado a la agencia internacional de ayudas. ¿Cuál es su verdadera intención?

Volviendo al principio, la tal Alianza para el Progreso, una farsa de Estados Unidos para cautivar a sus sometidos, no acabó con las miserias en este caso de América Latina. Las mantuvo y profundizó. Agravó la escasez de alimentos, las hambrunas, y mucho menos pudo acabar con los cordones de miseria, extendidos por numerosos países, entre ellos Colombia. Cuando ese experimento gringo llevaba siete años, Richard Nixon declaró que la desnutrición y escasez de alimentos en América Latina se habían agravado. Y que lo dijera uno de los principales agresores imperialistas contra países de este subcontinente, tenía su gracia.

Hace años se sabe que hay que sospechar de ciertas ayudas, de ciertas agencias, de ciertas políticas de emperadores. Detrás de Trump y Musk hay otros peligros que acechan a los pueblos.

Columna de opinión tomada de El Espectador.
Publicada el 18 de febrero de 2025.

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Reinaldo Spitaletta

Escritor, periodista y transeúnte. Columnista de El Espectador.

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