Los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, publicaron en 1812 “Los cuentos de la infancia y del hogar” que se popularizaron luego como “Los cuentos de los hermanos Grimm”. Se trata de una formidable recolección de historias, mitos y leyendas alemanas que gravitaban en la tradición oral y que ellos investigaron y transcribieron a lo largo de varios años.
Hay ahí historias que hoy son globalmente conocidas, como las de Blancanieves, Hansel y Gretel, Caperucita Roja, Cenicienta, Rapunzel, para no citar sino cinco ejemplos. Pero quiero referirme hoy a una en particular que tiene una gran carga didáctica: “El sastrecillo valiente”. Se trata de un sastre minúsculo y débil que engaña a todo el mundo, haciéndoles creer en sus hazañas de fuerza y valentía (“siete de un golpe”). El hombrecito, a punto de vivezas, termina casándose con la hija del rey y apropiándose de la mitad del reino. Los analistas lo ponen como ejemplo de lo que, recientemente, se ha dado en denominar “las falacias narrativas”. En términos de definición científica, se trata de “la tendencia innata que tienen los humanos de establecer relaciones causales aunque estas no estén justificadas objetivamente”.
Se ha dicho de esta falacia que opera como “un sesgo cognitivo” con el que se crea una historia o una narrativa, que busca explicar acontecimientos en los que tal sustentación no encaja. Es un esfuerzo por darle sentido a aquello que, racionalmente, no se puede defender. De hecho, los expertos confiesan que la “falacia narrativa” es una herramienta argumental muy propia de las religiones o de los políticos y, la verdad es que tienen toda la razón.
A las 3:41 de la madrugada del domingo 26 de enero, Gustavo Petro trinó indignado que no autorizaba el aterrizaje de unos aviones que volaban desde los Estados Unidos cargados con ciudadanos colombianos deportados y, haciendo referencia a que los trasladaban encadenados, sentenció: “no pueden tratar como delincuentes a los migrantes”.
Se desató a partir de ese instante una gran tensión pues Trump, exacerbado, respondió por el mismo medio e igual ligereza, con una serie de sanciones comerciales, suspensión de visas y otras medidas de gran impacto. Las frases rimbombantes circularon en abundancia. Hubo un momento en el que Petro trinó revestido de dignidad: “¡no nos dominarás nunca!”.
Fueron 20 horas de crisis en las que el presidente colombiano escribió por lo menos 37 trinos que daban cuenta de su indignación. Ya al anochecer, en rueda de prensa, el canciller Luis Gilberto Murillo leyó un comunicado redactado cuidadosamente, en el que daba por superado “el impasse”. El gobierno nacional seguiría “recibiendo a los colombianos y a las colombianas que retornen en condición de deportados, garantizándoles las condiciones dignas, como ciudadanos sujetos de derechos”. Ahí no dice que el gobierno de EEUU garantizará esas condiciones dignas, dice que Colombia los recibirá y les dará condiciones dignas.
A su vez, el comunicado de la Casa Blanca indicó que “el gobierno colombiano aceptó las condiciones establecidas por el gobierno de los EEUU, lo que incluye la recepción de deportados, incluso en aeronaves militares estadounidenses, sin restricciones ni demoras”.
Claro que Trump es un fantoche y que, exigir condiciones dignas en el trato a los deportados es una posición absolutamente válida. Nadie pone eso en discusión. La falacia narrativa emerge a borbotones cuando se inician las interpretaciones de lo sucedido y sus lecciones.
María José Pizarro se apresuró a dar un parte de victoria. Según ella el gran derrotado de los hechos fue Donald Trump, pues triunfó el precedente de buen trato a los deportados planteado por el gobierno del “cambio”. La demostración del triunfo, según ella, está reflejado en el hecho de que un avión colombiano trajo de vuelta a los connacionales.
Lo objetivo es que esa indignación del presidente Petro no fue sostenible en el tiempo, que los Estados Unidos seguirán deportando a los colombianos “sin restricciones ni demoras” y que es también insostenible mantener una flota de aviones colombianos trayendo a los deportados. Pero quiero destacar tres aspectos relevantes de la falacia narrativa construida alrededor de estos hechos.
1.- El comunicado expresa que “Colombia ratifica que se mantendrán los canales diplomáticos de interlocución…”, lo que significa el reconocimiento de que la práctica del “ciber-gobierno” a que se ha acostumbrado el presidente del “cambio”, tendrá una modificación sensible, por lo menos con los EEUU.
2.- El comunicado expresa que en las próximas horas los funcionarios del gobierno colombianos viajarían (como en efecto lo hicieron. El canciller hubo de soportar una larga espera porque casi no lo dejan entrar a ese país) “para sostener reuniones de alto nivel que den seguimiento a los acuerdos, resultado del trabajo conjunto e intercambio de notas diplomáticas que se dieron entre los dos gobiernos”. Ese seguimiento ratifica el contenido del comunicado oficial de USA en el sentido de que los aranceles prometidos por Donald Trump contra las importaciones colombianas y las sanciones, “no se firmarán, a no ser que Colombia no honre el acuerdo”. Yo no sé usted qué piense, pero ese comunicado de Estados Unidos que, dicho sea de paso, Gustavo Petro difundió por su red social preferida como señal de aceptación, es francamente irrespetuoso, pues ratifica su actitud de sospecha y mantiene el chantaje.
3.- Pero la gran falacia narrativa de estos sucesos es la difusión de una idea según la cual, Trump es un gringo malo, un gringo imperialista contra el que es digno rebelarse, pero que el señor Biden (contra el que nunca hubo ninguna manifestación de rebeldía) sería un gringo bueno, ante cuyas acciones imperialistas el gobierno del cambio mostró siempre una indiscutible sumisión.
Hechos ciertos: Biden deportó en el 2024 a 14.320 colombianos, quienes llegaron encadenados y viajaron en vuelos comerciales exhibiendo condiciones inhumanas. Jamás hubo una nota de protesta. No hubo objeción ni trinos nacionalistas tampoco, a propósito de la ratificación, con la administración Biden, del leonino Tratado de Libre Comercio. De igual manera el gobierno del “cambio” no objetó ni trinó en contra de la instalación de bases militares norteamericanas en territorio colombiano. Petro no se ha inmutado con la agresión a nuestra soberanía en Gorgona. No hubo nunca un reclamo de dignidad y respeto a nuestro territorio. Si hubo, por el contrario, aplausos gubernamentales hacia Biden cuando luego de la reunión con Petro el 23 de abril de 2023 en la Casa Blanca, se ratificó la cooperación bilateral entre los dos países en “temas de interés común como cambio climático, transición hacia energías limpias, migración, lucha contra el narcotráfico y paz”. ¡Sí!, migración; energías limpias, cómo no; paz y narcotráfico, claro. Nunca una voz crítica sobre los desafueros armamentistas de Biden, su apoyo incondicional al sionismo israelí, su despotismo con aquellos países que no comparten sus mandatos. Es esa idea (muy maniquea por cierto) de la existencia de gringos buenos y un gringo malo: Trump. Tal visión termina ocultando o matizando los despropósitos guerreristas del imperio. El premio Nobel de Paz otorgado a Barack Obama es, por ejemplo, una falacia narrativa extrema. Cuando salió de la Casa Blanca ostentaba el título de haber mantenido a su país en conflicto durante más tiempo que cualquiera otro presidente en la historia de los EEUU.
Mire estos datos: solo en 2016 su gobierno arrojó “al menos 26.171 bombas”. A su vez, Obama “expandió drásticamente las guerras aéreas y el uso de las fuerzas especiales en todo el mundo”. ¡Un belicoso y detestable embaucador!
Así pues, la falacia narrativa de enfrentar solo al “gringo malo” es una trampa conceptual que busca hacernos creer que ese imperio, que ha sido despótico desde cuando nació, carece de malas intenciones y son sus gobernantes los que, ocasionalmente, se desvían. Un cuento falaz que no tiene presentación.
Collage de fotos de Biden y Trump realizado por Financial Times.
Columna de opinión tomada de Al Alberto. En contravía (La tribuna de expresión de Alberto Morales Gutiérrez), con autorización del autor.
Publicada el 30 de enero de 2025.