Es como si hubiera una reedición de escenas del viejo Oeste con sus avisos de buscar bandidos, ofrecer recompensas, estigmatizar al retratado que a lo mejor solo era un forajido de caricatura y sin tanto cartel. El Oeste, el lejano, el antiguo, el salvaje, el que, en esencia, fue una expansión de fronteras de los Estados Unidos, parece revivir, en una demostración de imperialismo, de gendarme mundial, con el “Se busca a Maduro. Buena recompensa”, o algo así medio vulgarote y agresivo.
¿Quién dijo que el imperialismo, con sus disfraces y otras vestiduras, se había extinguido? Nada. Sigue presente en el mundo, ajustando geopolíticas, repartiéndose el orbe, buscando para su posesión (léase despojo) riquezas, mercados, deponiendo opositores, afinando fantoches de provincia en sus solares.
Puede decir, sin sonrojos, cositas así: quiero a Groenlandia, y que el canal de Panamá vuelva a ser nuestro. Quiero seguir imponiendo, arrasando, robando, explotando, y si algún país tiene esa riqueza tan estratégica y colosal llamada petróleo, pues que ni se crea que lo dejaré dormir tranquilo. Se busca un bandido, según la óptica imperial de Washington, llamado Maduro.
¿Qué será lo que tiene el tal Maduro? Si es un dictador, ese no es el interés gringo, lo que importa es que esté a sus pies, a su servicio, sea demócrata, autoritario, asaltante de votos, disfrazado de revolucionario, etcétera. Es el presidente (para otros, solo un dictadorzuelo de opereta) de un país muy rico en petróleo. Ah, y también en otras posesiones valiosas. “Se busca”. Esta es nuestra recompensa, dice el imperio, sin dársele nada.
Claro que el imperialismo sigue campante. Domina mercados, implanta tratados, hace que sus neocolonias suscriban consensos que las empobrecerán hasta la médula, diseña privatizaciones, arrodilla a “vendepatrias”. Tiene una marioneta allí, un monigote allá. Extiende su dominio en la tierra, apoya genocidas, tumba a algún atrevido que se subleva…
El imperialismo ha tenido a su William Walker, pirata arrasador de Centroamérica, a sus Roosevelt y Wilson, a sus Nixon y Biden, a su Trump y, claro, sus teorías para el asalto han pasado desde la corrupción esencial de la Doctrina Monroe hasta la del Gran Garrote, pasando por el Corolario Roosevelt, la Doctrina de Seguridad Nacional, la Truman, las guerras bananeras… Epa, y los embargos para quienes se sublevan. Y los eufemismos para “ablandar” sus agresiones, como la “guerra contra el terrorismo”, la “guerra preventiva”, en fin.
Uno ve el aviso de matonería gringa, el perentorio “se busca”, hay una buena bolsa de veinticinco millones de dólares a quien detenga a un venezolano, que es posible que se haya birlado las elecciones en su tierra, pero, por ahora, no es el “hijueputa de los gringos”, según parece.
Ah, y el imperialismo, según sus intereses, ha amañado elecciones aquí y allá, depuesto presidentes demócratas (solo por mencionar a Jacobo Árbenz y Salvador Allende), subido al poder a sus títeres de pacotilla (solo por mencionar a Pinochet y Videla), manipulado comicios, asesinado opositores.
Según sus necesidades y otros zarpazos expansionistas, sube y baja “aliados”. Pasó, por recordar solamente, con Sadam Hussein, sobre el cual el imperialismo estadounidense inundó al mundo de mentiras sobre “armas de destrucción masiva” y masacró al pueblo iraquí. Destruyó y reconstruyó el territorio agredido, que es un negocio pingüe de bárbaras transnacionales. “Educó” y después mató a Bin Laden.
Claro que el imperialismo está ahí, vivito y coleando. Pone bases militares por aquí, bases por allá. Y como el petróleo sigue siendo, pese a todo, un necesario recurso estratégico, pues a quien lo tenga, hay que someterlo si opone alguna resistencia.
Tiene sus organismos especializados, de control, de subordinación, de imposiciones. Sabe cómo hacer para que sus satélites contraigan deudas externas, cómo cultivar mano de obra barata en sus neocolonias, y, en especial, cómo poner “gobiernos obedientes”. En Colombia somos parte de esa injerencia permanente del imperialismo desde los tiempos del robo de Panamá.
El Oeste redivivo. O por lo menos eso parece con el “aviso” de recompensa millonaria a quien capture al venezolano Nicolás Maduro, y no porque sea sospechoso de haberse trasteado las elecciones pasadas, sino porque parece sordo ante las amenazas gringas, ante la inmensa voracidad de Washington por poner en ese país a sus títeres, y darse el banquete de explotar sin resistencia las riquezas de esa nación soberana.
Y hablando de “soberanía” y de injerencia en los asuntos internos de otros países, son los venezolanos los que deben resolver por sí mismos sus conflictos y contradicciones políticas y sociales. Son ellos, el pueblo (cualquier cosa que esto signifique, más allá de lo que escribió hace años Michelet), los que deben solucionar sus problemas, sin la intromisión de extranjeros.
De cualquier forma, el imperialismo sigue ahí, como el dinosaurio aquel. Saquea, chantajea, bombardea, impone, dispone, hace lo que le viene en gana, pese a las resistencias y al repudio de los pueblos. Y cuando quiere, como si en el Oeste aún estuviéramos, pega carteles de recompensa para sacar del camino a algún truhán que no es de los suyos.
Columna de opinión tomada de El Espectador.
Publicada el 14 de enero de 2025.