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Periódico Soberanía

Periódico oficial del partido Colombia Soberana.

Editorial | Frente al gobierno progringo de Petro, oposición y resistencia civil

Editorial de SOBERANÍA edición № 1, periódico oficial de Colombia Soberana.

Con la creación del movimiento Colombia Soberana aparece la primera edición de su periódico, con la misión de difundir su posición sobre los asuntos principales del mundo y del país; servir de organizador de los sectores más avanzados de la sociedad colombiana, para encauzarlos en la ruta hacia una Nueva Democracia y entablar relaciones con todas las fuerzas políticas internacionales que coincidan en los tiempos presentes con la construcción de un mundo sin el dominio de las naciones más poderosas sobre las débiles y sin la hegemonía de los Estados Unidos. 

Este editorial consta de tres temas centrales: el primero, la alianza Santos-Petro contra la izquierda, a lo largo de los últimos 15 años. El segundo, de cómo el gobierno de Petro se rige por los dictados centrales de Washington y el tercero, la urgencia de la resistencia civil.

La alianza Santos-Petro contra la izquierda por década y media 

Quien pretenda escribir la historia de Colombia de las dos últimas décadas, no puede prescindir de la alianza de vieja data entre Juan Manuel Santos y Gustavo Petro para adocenar la izquierda criolla, un “ámbito indefinido”, como lo definiera Felipe González, y utilizarla a favor de los designios imperialistas, y sin pasar por alto una que otra conchabanza con César Gaviria y Ernesto Samper. 

Petro ya había hecho sus primeros acercamientos con la Embajada de Estados Unidos en 2008, como lo demuestran documentos de WikiLeaks, alineado contra la “izquierda radical” como mensaje cierto a esa delegación. ( Coronell Daniel, “Petroleaks”, Revista Semana, abril 23 de 2019)

En 2010 se fraguaron dos emboscadas para asegurar a Juan Manuel Santos como sucesor de Uribe: una, contra su rival en el uribismo, Andrés Felipe Arias, que cayó como fruta madura del árbol de “Agro, Ingreso Seguro” y otra, contra Carlos Gaviria, su más fuerte adversario, que venía de obtener 2,6 millones de votos contra la reelección de Álvaro Uribe en 2006 por el Polo Democrático Alternativo. Además del millón de votos alcanzado con Samuel Moreno para la alcaldía de Bogotá en 2008. 

La consulta abierta, forzada así por Petro y sus amigos en el segundo congreso del Polo, propició la interferencia de fuerzas extrañas para derrotar a Gaviria y apoderarse de la candidatura. “Para muchos, el triunfo de Petro, contra todo pronóstico, fue el triunfo de la opinión independiente frente a las maquinarias del Polo”, acotó la revista Semana. 

Su mediocre resultado en la primera vuelta (ni la mitad del de Gaviria) no fue óbice para que Petro reclamara la presidencia del Polo y llamara a un acuerdo con el electo Santos. Lo delineó “Por la tierra, las víctimas y el agua” pero recibió el rechazo del partido. En septiembre de 2010 entonces avisaba su próximo paso: “Tenemos que escaparnos del escenario del Polo”.

En 2011, cabalgando sobre las corruptelas del “carrusel de la contratación” y con Santos ya de presidente, Petro obtuvo la alcaldía de Bogotá. Carlos Gaviria explicó de forma lacónica esa victoria: “Gustavo Petro gana porque ha hecho demasiadas concesiones a la política tradicional”.

El alcalde Petro y el presidente Santos fortalecieron su relación al punto que, luego de la ilegítima y torpe destitución que le hiciera Alejandro Ordóñez, por quien Petro votó para Procurador siendo senador en 2010, fue restituido por decreto presidencial. En diapasón, para 2014, Petro no acompañó la candidatura a nombre de la izquierda, de Clara López y Aída Abella, sino que respaldó la reelección de Santos en las dos vueltas electorales, en fórmula con Germán Vargas Lleras, y para esa campaña destacó miembros notorios de su gabinete distrital. 

Santos iba poco a poco desbaratando al Polo. En 2012, con ocasión de los inicios del proceso de negociación de la paz con las Farc, el Partido Comunista tomó las de Villadiego hacia la Marcha Patriótica bajo cuya sombrilla aspiraba situar a todas las fuerzas que asumían esa causa como la principal para su acción. La seducción de Santos fue tal, que Carlos Gaviria hubo de advertirla al cambiar su llamado tradicional de “sin sectarismos y sin ambigüedades” por un orden distinto en los factores: “sin ambigüedades y sin sectarismos”. 

El golpe final fue el nombramiento en 2016 de la propia presidente, Clara López, como ministra de trabajo santista. En adelante, la cohesión del Polo se limitó a las ventajas de dar avales y pasar umbrales y a conceder intercambios mecánicos en los puestos de dirección así como en los ajustes burocráticos que permitieran un mínimo funcionamiento, pero la unidad ideológica ya estaba resquebrajada. 

Está pendiente el debate que logre responder a las preguntas: ¿hasta dónde hubo omisión al llamado de Héctor Valencia en 2008 de librar la lucha por las contradicciones dentro del Polo, que definió como “no antagónica” pero “que debe darse”? Parece haber hecho una premonición cuando escribió: “La matriz de desviaciones está en la falta de comprensión sobre cuál es el enemigo principal y en no valorar el estado de ánimo de las masas. No comprender eso lleva al oportunismo”. 

Esa contradicción afloró a plenitud cuando, luego de acordarse la participación en la Coalición Colombia con Sergio Fajardo y el Partido Verde, en diciembre de 2017, la renuncia de la precandidatura de Jorge Robledo abrió las esclusas para una avalancha hacia la Colombia Humana y más aún cuando Petro pasó a segunda vuelta contra Iván Duque, a lo que se sumó el respaldo del santismo que vio hundido a su candidato, Germán Vargas Lleras.

Aunque se validó el voto en blanco, el grueso del Polo fue a las urnas con Petro y desde 2018 la mayoría de los congresistas elegidos actuaban en consonancia con él, así los concejales de Bogotá hubieran respaldado a Claudia López a la alcaldía en lugar de Morris, el candidato del “humanismo”. 

Sin importarle la oposición declarada a Duque, Petro no tuvo empacho para apadrinar puntos claves de la agenda neocolonial. Con mañosa argumentación, en dos ocasiones votó a favor de la adhesión a la OCDE, dio el pase a la participación especial de Colombia en la OTAN y, en un debate al ex ministro de defensa, Carlos Holmes Trujillo, reivindicó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca –TIAR-, el instrumento orquestado en la Guerra Fría de intervencionismo y control militar de Estados Unidos en el continente. 

En el paro nacional de 2021, Petro y su grupo, con sus posiciones ambiguas y el doble juego, el cual incluyó en un momento la necesidad de “salvar a Duque”, incidieron en la movilización y lograron sacar el mayor provecho del estallido. Para la campaña presidencial en curso, era evidente que ya tenía al Polo en el bolsillo. La escisión que facilitó la aparición del partido Dignidad, fue pues un corolario del petrismo dominante, una crónica ya anunciada. 

Además del polismo, Petro logró sumar a más del 80 por ciento de la izquierda a la aglutinación del conjunto de fuerzas políticas y sociales donde eran relevantes peones del santismo como Roy Barreras, Armando Benedetti, Alfonso Prada, Mauricio Lizcano, Clara López, Luis Fernando Velasco y otros más, provenientes principalmente del liberalismo y del Partido de la U. Dicho bloque fue el más expedito instrumento para trancar al uribismo y su último coletazo fue el nefasto mandato de Duque.

Petro garantizaba ese relevo, el de los “remezones sociales tan comunes en nuestra crónica republicana que, sin implicar una revolución (…), precipitan el eclipse de criterios o esquemas” y con él, “la caída de los hombres que los esgrimieron” y el “ascenso” de los “llamados a llenar el vacío”, tal como explicara Francisco Mosquera las causas de los esporádicos “revolcones”. 

El gobierno de Petro se rige por los dictados centrales de Washington

“Petro es el canciller de Biden”, afirmó el embajador de Colombia en Venezuela, Armando Benedetti, días antes a la reunión de Biden – Petro del 20 de abril (Revista Semana, 18 de abril de 2023).

Bastaría con reproducir la opinión de la general Laura Richardson, jefa del Comando Sur de los Estados Unidos ante el Congreso norteamericano, sobre la relación con el gobierno Petro, tras casi 8 meses de su inauguración, para ratificar la ignominiosa condición del ungido el 7 de agosto de 2022. “Es muy, muy fuerte. Continúa toda la cooperación y esa relación no puede ser más fuerte de lo que es hoy”.

Si no fuera suficiente tan contundente testimonio, el embajador ante la Casa Blanca, Luis Gilberto Murillo, anunció la invitación de Biden a Petro a la “Cumbre de la Democracia” para el 29 y 30 de marzo de 2023. Acorde con la presentación de Estados Unidos, es la segunda reunión de “100 gobiernos colaboradores en todo el mundo” que “han tomado medidas significativas para construir democracias más resilientes, combatir la corrupción y defender los derechos humanos”.

Es el conjunto de países ordenados por el imperialismo norteamericano para “nuevos compromisos e iniciativas” en “reafirmar el papel central de las instituciones democráticas para generar prosperidad y salvaguardar la libertad” y subrayar “la eficacia de la acción conjunta para hacer frente a los desafíos más apremiantes de nuestro tiempo”.

Tales deferencias permiten elevar la comprensión del papel de Petro no solo en la sujeción de la nación colombiana a la Superpotencia, sino su colocación en la montonera que está juntando contra China. Así lo han develado distintas opiniones. En diciembre de 2021, respecto a la primera reunión, la revista The Economist la definió como de “países invitados que reflejan la política estadounidense más que los valores democráticos”, “no es tan democrática”.

Elise Labott escribió para el periódico The Guardian que “Los críticos desestimaron la cumbre como una estratagema ideológica (y cínica) para involucrar a los países en la competencia estratégica de Washington con China” y “para apaciguar a las potencias extranjeras impacientes de ver el liderazgo de Estados Unidos en el escenario mundial”. Petro contestará al llamado a lista en el segundo encuentro. 

No podemos olvidar que en plena campaña, Petro, en conversación con el senador norteamericano Bernie Sanders, habló con propiedad de su agenda coincidente con Estados Unidos en tres puntos de los que vale mencionar que “la ayuda militar y policial de los EE. UU. a Colombia se supedite al estricto cumplimiento de los derechos humanos” y a “estrechar los lazos entre el progresismo de los EE. UU. y el colombiano”. 

Asimismo, en la presentación de la candidata a la vicepresidencia, Francia Márquez, ambos expresaron “apoyo a Biden y sus coincidencias –igualmente con congresistas norteamericanos– en la lucha contra el cambio climático y el rescate de la selva amazónica y plantearon renegociar el TLC”. Días antes de las elecciones al Congreso y de las consultas partidistas, Juan Manuel Santos manifestó en conversación abierta con gente de los medios: “En Colombia debe pasar lo de Chile”, en alusión al ascenso de Gabriel Boric.

Estos hechos y las desparpajadas declaraciones, desapercibidas para un electorado ansioso a no dejar vestigio del uribato o de algo que se le pareciera, fueron la antesala de las esencias de las políticas básicas que Petro establecería para los próximos años en Colombia. 

Políticas acomodadas a la apropiación e incorporación del reformismo, como parte de las transformaciones necesarias al imperialismo para apuntalar la recolonización y mitigar las luchas de los pueblos. El espejismo del “cambio”, al mejor estilo de Giuseppe Tomasi Di Lampedusa en el “El Gatopardo”, aboga por que todo cambie para que todo siga igual.

Reunión Uribe-Petro, fotografía tomada de El Tiempo, 29 de junio 2022.

Con el fin de prolongar el inevitable declive y su agonía, Estados Unidos incorpora los discursos transformistas e igualitarios y, cuando es necesario, promueve el mínimo desarrollo y reformas que optimizan la expoliación, matando, así, dos pájaros de un solo tiro: acallar las protestas y las luchas de los pueblos, y afinar los sistemas productivos que le garanticen máximos réditos. 

Las potencias, en nombre de la democracia, derrocan gobiernos según sus conveniencias. En nombre de la paz, organizan invasiones y promueven guerras donde les parece. En nombre de los derechos humanos, pisotean los mismos y, si es el caso, ordenan asesinatos selectivos. En nombre de la libertad de expresión, establecen censuras, controlan y tergiversan la información y el saber, mientras monopolizan los medios tradicionales y digitales. En nombre de la equidad, despojan a los pueblos de su patrimonio e imponen su injusto modelo social. Se apropian de la cultura de los pueblos para su propio beneficio y determinan las expresiones intelectuales y artísticas, acomodadas a sus intereses ideológicos y comerciales.  

En este juego de abalorios, de apropiación acomodaticia del concepto del reformismo, siempre se encuentra el personaje local que se presta para la mímica, se pone el antifaz y, en medio de la pantomima, promulga los dictámenes e intereses del patrón y de las organizaciones financieras y políticas mundiales que controla. En Colombia le tocó al “exguerrillero”, exconstitucionalista, expolista, exalcalde y a todos sus viejos y nuevos áulicos, protagonizar la nueva obra teatral de la tragicomedia nacional.

En el reparto, todos los partidos se realinearon, esperando tener un papel protagónico, pero convirtiéndose en simples extras y siempre prescindibles. Las proclamas antimesiánicas, acomodadas perfectamente al libreto neoliberal, se han limitado a ser cantos a la bandera, acomodados a las instrucciones de los agentes extranjeros que buscan acabar con la producción nacional, mientras se reparten mijagas reformistas para evitar la “erupción del volcán”. 

No es casual que todas las medidas y reformas promovidas por el gobierno de turno sean avaladas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la Comunidad Europea y todas las organizaciones mundiales que, bajo el patronato de Estados Unidos, han promovido durante los últimos 40 años la globalización neoliberal.

Tampoco sorprende que, como lo publicó el diario El Tiempo: “el X Diálogo de Alto Nivel de Estados Unidos y Colombia arrancó ayer en Washington con un nuevo llamado de ambos países a fortalecer lo que ha sido hasta ahora una de las alianzas más prósperas en el Hemisferio Occidental”, ni que el Canciller, Álvaro Leyva, prometa allí, tras aclarar “que somos aliados de verdad”, que el gobierno de Gustavo Petro nunca “sorprenderá a Estados Unidos, su gran aliado” y “nunca habrá una sorpresa de parte nuestra con nuestro aliado de siempre, Estados Unidos”, o que , como conclusión del Diálogo se subscriban cien compromisos.

Oposición y Resistencia civil

Para hacerle frente a este accionar corresponde, sin titubeos, desenmascarar al grupo de actores, sus reformas adecuadas a las necesidades imperiales y a Petro, quien hoy funge como el productor de la puesta en escena de la versión criolla del discurso de Biden “Made in America” de 2022, que al proclamar “Nuestro futuro manufacturero, nuestro futuro económico, nuestras soluciones de la crisis climática, todo se hará en Estados Unidos” no deja dudas en dónde yacen los intereses del país del norte. 

La fachada del cambio se convirtió en la manera más “sofisticada” de mantener el statu quo, apaciguar la protesta y crear falsas ilusiones en el pueblo; en una sociedad cuyo futuro depende de lograr una verdadera soberanía donde se desarrolle la producción nacional y se garantice una democracia real, independiente de los lineamientos trazados por las potencias mundiales y, especialmente, Estados Unidos, que ante su declive y sus crisis cíclicas, diseña, tras bambalinas, estrategias recolonizadoras, embellecidas con discursos inclusivos, “alternativos”, ecológicos y políticamente “correctos”, en el inútil intento de detener su ocaso.

A las fuerzas que se han alinderado al lado del gobierno de Petro, se han sumado los partidos tradicionales, los Santos, los Gaviria, los Samper y la inmensa mayoría de la gran oligarquía nacional, a tal punto que hasta Uribe le ha coqueteado. Algunos abiertamente y otros con proclamas “independentistas” de centro que terminan auspiciando las políticas propuestas y los métodos y prácticas antidemocráticas del petrismo. Parece una pesadilla ver a los destacamentos más organizados de los trabajadores convocar al respaldo de las políticas fiscales del FMI, a la reforma pensional de pilares del Banco Mundial y a la laboral, soportada en las “recomendaciones” de la OCDE como lo proclama, sin sonrojarse, el viceministro Palma. 

Las reformas y los “cambios” en curso, como la presencia de Colombia en la renegociación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que busca “eliminar progresivamente las barreras al comercio y a la inversión para integrar, mediante un acuerdo de libre comercio, las economías del hemisferio” están orientados en esa dirección, escondidos con trucos camaleónicos que confunden y desorientan a la mayoría de colombianos, que persiguen una transformación real por la democracia, la soberanía, condiciones ciertas para la promoción de la producción y del trabajo nacionales y una vida digna y de amplio desarrollo científico, intelectual y cultural.

No son fusiones o coaliciones, donde lo programático es secundario e irrelevante, donde el problema determinante de la soberanía, requisito indispensable para nuestro desarrollo y el goce de una verdadera democracia, se convierte en simple adhesión a la inocua declaración general de la ONU, donde cada quien o cada “tendencia” es “independiente” y, por lo tanto, libre de respaldar al gobierno o sus reformas adscritas a los lineamientos de EEUU y los organismos internacionales y donde se veta la posibilidad de declararse en oposición al gobierno encargado de impulsar la recolonización imperialista, ni se centra, ni se llama a la resistencia nacional a los lesivos embistes “reformistas”, como se logrará la más amplia unidad con todos los sectores y clases confundidos por la cosmética continuista.  

Con la fuerza y el accionar de los compatriotas, una vez comprendan el engaño, será posible sentar las bases para vislumbrar un futuro más próspero, democrático, independiente y soberano. La labor, antes que sentarse a esperar que por sí solos, de forma espontánea, descubran la emboscada, consiste en aclararles el carácter continuista que representa el actual gobierno, ajustado a todas las directrices de los organismos rectores de la economía y las políticas mundiales que refuerzan el estado de atraso de nuestro país. Son la inmensa mayoría de colombianos, trabajadores, obreros, campesinos, empresarios, educadores, intelectuales, artistas, minorías, desempleados y trabajadores informales, los llamados a participar en la creación de una poderosa fuerza unitaria, que, con decisión, centre la lucha contra el enemigo principal y aquellos quienes taimadamente se han puesto a su servicio. 

Es aclarando la artimaña, apuntando al blanco, analizando, estudiando a fondo todos los aspectos, mirando las innumerables aristas, no con vacuas generalidades, aclarando el verdadero carácter de los retoques reformistas para la recolonización y evaluando el estado de las fuerzas sociales y sus alineamientos, como será posible sumar todas las clases, personas y organizaciones, para enfrentar las políticas perpetuadoras de la globalización neoliberal, contrarias al desarrollo de los países “subalternos” propiciadas por este gobierno, el del sainete “del cambio” en contumacia con Estados Unidos.

Es, por tanto, más necesaria que nunca una claridad meridiana para aunar a nuestro país, en este trance de confusión difundida, en el llamado más urgente del periodo histórico que atravesamos: la ¡OPOSICIÓN Y RESISTENCIA CIVIL!

Fotografía por Velgut, intervenida.


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