En las historias de terror, lo paranormal asalta la realidad. Fantasmas perturban las noches de un matrimonio feliz que adquirió una mansión a precio de ganga; un ser siniestro, casi siempre con un objeto cortopunzante en la mano, persigue a un grupo de jóvenes que creyó que era buena idea irse de parranda a una cabaña en medio del bosque. Ni qué decir de Drácula, el vampiro que entra en escena en medio de lo que parece una simple transacción comercial.
Pues bien, la escritora Mariana Enríquez invierte la fórmula. Hechos sobrenaturales aparecen al inicio de sus cuentos y, a medida que el lector avanza en “Un lugar soleado para gente sombría”[1], lo siniestro emerge del mundo cotidiano. En el primer relato del libro, “Mis muertos tristes”, quizás uno de los mejores, fantasmas que deambulan a plena luz del día por las calles de un barrio argentino, golpeado por la crisis económica, se topan con la mezquindad vecinal.
Esta fórmula, además de resultar novedosa, está magistralmente ejecutada por Enríquez. La autora se vale de su capacidad única para describir los espacios, como las fachadas de barrios otrora prósperos, hoy venidos a menos, los parques que hace tiempo dejaron de ser lugares aptos para niños o el interior de las casas viejas, con sus adornos y muebles anacrónicos. De los detalles emerge una atmósfera creíble e inquietante, a veces sofocante, que sirve de telón de fondo para un terror que se produce a plena luz.
Las protagonistas son, por lo general, mujeres que lidian con espectros de todo tipo. Se sienten tan vulnerables en la oscuridad de sus cuartos solitarios como en las aceras de la ciudad, que también les es hostil. Algunas son abusadas y el rostro se les convierte en una mancha difusa (quizás para denunciar el anonimato de las víctimas); otras son comprendidas (y complacidas) por fantasmas que las quieren como ningún hombre en este plano podría. Nadie las escucha, a veces no se les toma tan en serio y en este entorno, ellas se las arreglan como pueden.
La autora deja entrever varias de sus posiciones políticas, pero estas jamás supeditan a sus relatos, lo que, a mi parecer, es uno de los rasgos distintivos de una buena escritora. Quien antepone la moraleja a la narración, a menos que su intención sea escribir fábulas, obtiene al final, no un cuento o novela, sino un panfleto. Esta operación, además, suele confinar al escritor a un realismo (o costumbrismo) que pierde toda su potencia cuando se vuelve obligatorio. No es este el caso de Mariana Enríquez que, en clave de terror, logra denunciar las injusticias de su tiempo.
Enríquez, como todos los escritores, es producto de su época. Nacida en 1973, entre cuento y cuento, nos muestra su nostalgia por el final de los años ochenta y el comienzo de los noventa, cuando el mundo era otro: fiestero, desenfrenado y, al mismo tiempo, trágico. Sin embargo, Enríquez también abraza causas contemporáneas, como la diversidad sexual y el feminismo y, como miembro de la generación X, vivió la consolidación del neoliberalismo y de la dictadura militar, que trajeron a su país muchos más horrores que cualquiera de los fantasmas que deambulan por sus páginas.
[1] Mariana Enríquez. 2024. Un lugar soleado para gente sombría. EDITORIAL ANAGRAMA. Barcelona.