El alza del salario mínimo decretada por Petro no resuelve la tragedia de los trabajadores y los empresarios colombianos, de falta de una política económica para fomentar la producción, el ahorro, la inversión y el empleo nacionales.
Varios factores determinan la verdadera incidencia del alza del salario mínimo del 9,54 % para el 2025 en la economía y el bienestar de los colombianos.
Desde el lado de los trabajadores, que de 23 millones de ocupados, 13 están en la informalidad y coexisten con 2,1 millón de desempleados; que quienes ganan el mínimo son 2 millones de personas y quienes reciben salarios superiores a ese nivel han bajado del 41 al 34 % de la fuerza laboral en 10 años, por lo que el salario promedio no ha mejorado; que, por tanto para los formales e informales, las ganancias laborales derivadas del mínimo están estancadas hace 10 años; que el salario promedio en el 2013 era 3,17 veces más alto que el mínimo y ahora es 2,87, lo que implica una disminución relativa y pérdida de poder adquisitivo, más grave todavía para los 10,5 millones de trabajadores que ganan por debajo. Persiste el envilecimiento del mundo laboral (Datos Observatorio Laboral y Fiscal de la Universidad Javeriana, en El Tiempo, 27/12/2024).
Las empresas también viven un calvario. En el tercer trimestre del 2024, la aparición de nuevas empresas disminuyó 34 % frente al 2023, y en el segundo trimestre cerraron 127.897, por altas tasas de tributación, por importaciones de productos con altos subsidios en su país de origen, en particular con los que hay TLC y por el aumento en espiral de los peajes y de los combustibles, que encarece la logística, en tanto brillan por su ausencia las políticas que promuevan el ahorro y la inversión que, como porcentaje del PIB, tienen los más bajos niveles en años.
Estas condiciones llevan a que, en la Comisión de Concertación de Políticas Salariales y Laborales, donde se define el incremento del salario mínimo, acorde con la inflación ocurrida y la productividad laboral, mientras voces del movimiento obrero denunciaron la asfixia por los altos precios de la canasta familiar, ahora con nuevos impuestos al consumo del 15 % en varios renglones, los arriendos, los servicios públicos y demás obligaciones familiares y financieras, los empresarios exponen el marcado deterioro del tejido productivo. Unos alegan que la crisis es de demanda y los otros que es de oferta y, al final, la reclamada “concertación” se repite como tragedia o como farsa, según sucede con ciertos hechos sociales, acorde con lo escrito por Carlos Marx en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.
Y ya que la retórica de Petro cita a Marx como fundamento para el aumento decretado, vale recordarle la tesis que “El trabajo sólo es fuente de riqueza y cultura como trabajo social”, o, que es lo mismo, “dentro de la sociedad y a través de ella”; es decir, que esa “fuerza natural” se concreta hacia el adelanto productivo fuerte y consolidado solo en un sistema donde primen los intereses soberanos y de bienestar general, conjugados con las riquezas naturales de que esté dotado (Crítica del Programa de Gotha).
De ahí que en las circunstancias de Colombia antes descritas ―para empleados y empleadores― el alza salarial no tendrá efecto favorable ni en la demanda ni en la oferta, es decir en la dinámica económica, en tanto persista el atraso, con altas tasas de desempleo e informalidad, como consecuencia de las reaccionarias políticas neoliberales de los anteriores y del actual gobierno. No nos libra ni un alza del 15 % en la remuneración mínima, pedida por ciertas voces con algo de ignorancia y buena dosis de viveza politiquera.
Las políticas laborales petristas, la reforma laboral en trámite a medida del capítulo 17 del TLC con Estados Unidos y las “recomendaciones” de la OCDE y la reforma pensional, de pilares del Banco Mundial, moldean a Colombia en un país de “salario mínimo”, paupérrimo, y de indigna existencia para las mayorías, así trate de camuflarlo la retórica del “cambio”.
Por otra parte, las condiciones tecnológicas obsoletas de equipo y de maquinaria son un limitante absoluto para el desarrollo de la productividad laboral y la ampliación del empleo.
Trabajadores y empresarios nacionales han de unirse para librarse de las políticas estadounidenses y de sus organismos que marchitan la economía colombiana, obstruyen el progreso y menoscaban la calidad de vida de la población; y forjar un frente que procure el avance de las fuerzas productivas y la distribución equitativa, para revertir la tragedia de Sísifo, de cargar sin fin las pesada cargas que las deidades les imponen.