“Otro día será”

Crónica callejera sobre las duras condiciones de vida de los recicladores en Colombia.

Este trabajo es producto de muchos días madrugando sometido a las inclemencias del tiempo, pero con la colaboración de los personajes que me apoyaron en la elaboración de este escrito; que reconoce a millones de personas que con su trabajo aportan al desarrollo del país, a pesar de ser mal remunerados y maltratados. 

Se trata de un drama diario de 4 personajes en una ciudad que a veces es fría y otras de calor insoportable. Son las 5:00 A.M., nuestros personajes andan dispersos en búsqueda de lo que será su sustento diario, con frío o calor. Son recicladores.

Saludo: “Hola, buenos días”. Mi primer personaje es alto, moreno y muy delgado, lleva puesta una gorra de lado y sin color definido por el uso. Le pregunto: “¿por qué de medio lado la gorra?”. Responde: “es la moda en Estados Unidos”. Sonrío y pienso: ve mucha televisión. Seguidamente pregunto: “¿por qué recicla?”. Con voz suave responde: “Yo antes trabajaba recogiendo algodón, eso se acabó y tocó salir del pueblo; llegué a esta ciudad y trabajé en construcción, pero me aburrí porque los contratistas me robaban el sueldo y por eso me puse a reciclar. Si no salgo, no gano nada”. Con respeto le pregunto: “¿y si gana platica?”. Con aire despreocupado dice: “a veces se gana y en otras no tanto”. Le digo: “¿y eso por qué?”. Responde: “pues, porque somos muchos y pagan muy barato”, a lo que le contesto: “mmm… entiendo”. Para terminar le pregunto: “¿por qué le dicen ‘el indio’?”. Ríe y me responde que es del sur y que “todos somos indios”. Se despide diciéndome: “¡Adiós cucho!” y empuja su carreta.

Es otro día y salgo en búsqueda de mi siguiente personaje. Lo veo tomando de una taza, me acerco y me saluda invitándome a un tinto, el cual acepto. Voy al grano: “¿por qué le dicen ‘muelas’?”. Suelta una sonora carcajada, mostrando sus encías rosadas y poniendo en evidencia la razón de su apodo. Lo acompaño en la risa y le pido que me comente acerca de su trabajo. Me dice: «uy, cucho, voy paila, somos muchos en el oficio y pagan mal»; coincidiendo en lo que me respondió días atrás “el Indio”. Después de esto procede a pagar los tintos, junta monedas de sus bolsillos desgastados y se despide, con un: “me abro a camellar”, chocamos los puños y sigue su camino.

Es mediodía, el sol raya, es intenso. Veo venir desde la otra calle a mi tercer personaje, sonriente y con saludo eufórico me dice: “Hola, viejo, hoy voy ganao”. Abro los ojos y le pregunto: “¿y eso por qué?”. Responde: «viejo, encontré cobre y baterías», saca de su costal unas cuantas baterías para mostrarme, mientras se queja de dolor en una de sus piernas. Le pregunto por su malestar y me dice: «verá viejo, yo iba por una avenida y me levantó un taxi, me dio tres vueltas en el aire y me dejó tirado, me recogieron y me llevaron al hospital. Allá estuve varios días. Cuando me dieron salida quedé así, por eso me dicen ‘patecumbia’, porque camino bailando». Suelta una risa burlona y se aleja con su costal.

Otro día cualquiera salgo en búsqueda de mi cuarto y último personaje de la historia. Me encuentro una mujer de mediana estatura, muy delgada, cabello negro desordenado y ojos color café. Al verme me increpa y entre dientes me dice que no empiece con la preguntadera. Con aire conciliador le digo, que seré breve y que no le quitaré mucho tiempo. Asiente con la cabeza y dejando entrever su dentadura en mal estado. Para empezar le digo que la retrataré con letras, que soy aprendiz de escritor y por eso cuestiono tanto. Le pregunto: “¿Cómo le ha ido hoy? Estamos en ferias y fiestas, no se puede quejar”. Con un suspiro y voz desalentadora me dice: “No, que va, cucho, estamos llevados porque no hay de donde sacar pa’ la comida y tengo muchos colegas”. Sorprendido por su respuesta, le digo que por estos días hay mucha gente tomando y sale mucho reciclaje. Me responde: “no, que va, cucho, alguien se toma una cerveza en lata, y 5 o 6 ya están detrás de él, esperando que bote la lata». Le pregunto si por estos días ganan mejor y me contesta con tono de enojo: «mmm… pues como hay harto, le bajan al precio».

La mujer entra a la tienda de al lado, compra pan y salchichón, lo divide en 2 y con voz chillona grita: «¡Guardián!». Aparece un perro negro, gordo y viejo que mueve su cola y da besos perrunos; ella le lanza el pan, el perro ávido come su porción y se retira. Para terminar le pregunto su nombre y me contesta: “cucho, que no comience con la preguntadera”. Seguidamente llega alguien saludandola: «Quihubo Zory”, ella sonríe y se va sin despedirse.

Al caer la tarde, nuestros personajes llegan a la compra-venta de chatarra, los recibe un hombre alto, acuerpado, de manos gruesas. A su lado se encuentra una mujer fornida con cuaderno en mano, que por saludo dice casi amenazante: “Hoy bajaron los precios”. Los presentes maldicen en voz baja. ‘Patecumbia’ y ‘el indio’ murmuran: “ni pa’ la bicha alcanza”. Zory con desesperanza mira al perro diciéndole: “tocó ir a retacar nuestro almuerzo” y su acompañante le dice: “otro día será”.

Intercambian su producido por los pocos pesos que les dan a cambio y cada uno busca su camino, con la esperanza de que mañana será un mejor día para trabajar, que tendrán lo suficiente para su comida o por lo menos para comprar algo que les haga olvidar por un instante el hambre que los apremia y la necesidad de una vida mejor.


Nota:

Gracias al aporte de mi compañera de toda la vida, a mi nieto y a mi hija, ya que con su ayuda y comprensión, logré dar luz y conclusión a este pequeño, pero significativo trabajo.

Con orgullo, Gorgojo.


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