El ministro de Educación, Daniel Rojas Medellín, envió una canción de su autoría al Festival de Compositores de Música Vallenata en San Juan del Cesar, La Guajira, para concursar en la categoría canción vallenata inédita aficionada. Sin embargo, el jurado la descalificó por su bajo nivel (le asignaron un puntaje de 3 sobre 10 a la letra y 4 a la melodía) y por considerarla vulgar.
Resulta que en uno de los versos el ministro incluyó la palabra “polvo”, que, en su acepción menos poética, hace alusión a una relación sexual (“echarse un polvo” dirán los entendidos). El verso dice así: “Adiós amor, que te pierdes del polvo y los delirios”. El compositor se la dedica a una mujer que lo cambió por otro, pero parece que ella tarde o temprano extrañará tanto la causa (el polvo) como el efecto (el delirio).
Rojas, no se limita a hacer gala de su sensibilidad, de la quedó constancia en una antología de trinos que le desempolvaron y en la que es frecuente el uso de expresiones como “hijos de puta”, “carechimba” y “malparida”, esta última, para refutarle algo a una mujer. En las tres primeras estrofas de esta joya del folclor colombiano, saca a relucir sus conocimientos de estudiante primerizo de microeconomía (neoclásica, claro está), en la que señala las razones por las cuales lo dejaron: “Porque mi presencia no es rentable ya”. Así pues, la mujer que le quebró el corazón busca la mayor satisfacción posible al menor precio, tal como lo indica la teoría del consumidor: “Es lo racional en los consumidores / Que hasta en el amor ven una mercancía”, finaliza la tercera estrofa.
Por si fuera poco, Álvaro Álvarez, presidente del festival, señaló que la canción del ministro infringía los estatutos del festival, pues se parecía mucho a una que Alberto “Beto” Jamaica, elegido rey vallenato en 2006, había compuesto en el año 2005. De modo pues, que además de que al ministro de educación le quedó mal hecha la tarea, parece que incurrió en copialina.
Si la canción de Rojas deja mucho que desear, la defensa que hace de esta es peor. El ministro se apoya en razones sentimentales, que el vallenato es una herencia que le dejó su abuela (lo que está muy bien), pero no es un argumento válido para defender la calidad de su obra, ni de ninguna otra. Esta licencia se la podría tomar un mal estudiante, mas no el ministro, a quien, por cierto, el cargo parece estorbarle para componer sus canciones, pues, según él, le asfixia su humanidad, toda vez que se “…ciñe a la acartonada rigidez centralista de las buenas formas…”.
Pero lo más grave, es su idea de que “…el vallenato es vulgar por antonomasia, pero liberando al espíritu insubordinado que reivindica el espíritu de mi niñez y la figura de mi abuela, sin mayores pretensiones…”. Vulgaridad e insubordinación en una sola frase, como si lo primero, fuera condición obligada para lograr lo segundo y lo popular estuviese necesariamente ligado a lo soez, así existan canciones que lo sean. Muchos influenciadores cercanos al Gobierno así lo creen y a punta de madrazos, chabacanería e insultos personales a cualquiera que ose contrariarlos, intentan, sin éxito, compensar su bajo nivel y pobreza argumental.
Al mejor estilo de su jefe, Gustavo Petro, el ministro-compositor posa de rebelde, pero no toca ningún problema estructural de su cartera. Colombia presenta la mayor tasa de repitencia en primaria (5,8 % contra el promedio del a OCDE que es 1,5 %); su tasa de estudiantes por profesor es de 27 a 1, contra el promedio de la OCDE (14 a 1) y la tasas de “ninis” durante el Gobierno del “cambio” pasó de 24,9 % hasta 27,3 %, la tercera peor tasa después de Turquía y Costa Rica.
La del ministro es, en últimas, una irreverencia inane, absolutamente funcional a Washington, pues mantiene a Colombia sumida en el atraso educativo, reforzando su condición de neocolonia. Es menester de estudiantes, profesores y comunidad educativa en general, ejercer la más amplia resistencia civil contra el gobierno progringo de Gustavo Petro, para que, si se nos permite otra acepción de la palabra que tanto le gusta al ministro, la educación no quede hecha polvo.