Los Estados Unidos no se industrializaron siguiendo las fuerzas espontáneas del mercado. Lo hicieron a contracorriente del libre comercio y de los intereses ingleses, usando todo tipo de medidas proteccionistas, hasta convertirse en un poder hegemónico mundial a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
Esta posición privilegiada alcanzada por los Estados Unidos le ha otorgado la capacidad de moldear el orden global a favor suyo –como lo hizo Inglaterra en su momento del siglo XIX. Impusieron la liberalización del comercio y de los capitales, así como la hegemonía del dólar como moneda de reserva y de cambios internacionales.
En efecto, en los años 80 del siglo pasado, Estados Unidos diseñó la agenda económica mundial conocida como Consenso de Washington (CdeW). Este no es un consenso entre iguales: es una imposición operada por agencias multilaterales como el Fondo Monetario Intencional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización Mundial del Comercio (OMC), y la Secretaría del Tesoro de los Estados Unidos, bajo los objetivos de imponer la libertad de mercados y de capitales al resto del mundo.
Este consenso, compendiado por John Williamson en 1990 en un decálogo de recomendaciones de política económica, puede ser resumido en la siguiente frase: “liberalizar el comercio, privatizar las empresas estatales, equilibrar el presupuesto, fijar el tipo de cambio, y se habrán sentado las bases para un despegue económico”. Además, se elimina la política industrial como opción de política para los gobiernos porque no se debe escoger sectores o firmas, solo el mercado porque solo los inversionistas son quienes deciden en donde invertir y producir.
Sin embargo, el desempeño económico latinoamericano ha sido más que mediocre. Incluso, Williamson, creador de la etiqueta del CdeW, lo reconoce: “en la década y media desde que enuncié por primera vez lo que se conoció como el CdeW, (el desempeño económico) ha sido bastante decepcionante”.
Además, como consecuencia del CdeW, Latinoamérica ha retrocedido en la transformación productiva manufacturera. Esto se ha manifestado en un proceso de desindustrialización temprana, siendo Colombia un ejemplo sobresaliente de la reprimarización de la economía. Pero no es el único país. Por lo tanto, el patrón del cambio estructural es débil e incluso negativo en las dos últimas décadas y está relacionado con “la dependencia creciente de la región de las commodities, las tasas de cambio sobrevaluadas, las bajas participaciones del empleo agrícola, y la desindustrialización”.
Sin embargo, en pleno siglo XXI, después las últimas cuatro décadas que vieron la inclusión de China en la OMC en 2001, Estados Unidos construye un “nuevo” Consenso de Washington para asumir abiertamente y sin hipocresía la política industrial activista. Es decir, una nueva política industrial para enfrentar la competencia geopolítica y económica de China, ante el temor de quedar rezagado.
En palabras de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen: “(…) en los últimos años, –después de la normalización de relaciones entre China y Estados Unidos en los años 70– China ha decidido alejarse de las reformas de mercado hacia un enfoque más impulsado por el Estado que ha socavado a sus vecinos y países de todo el mundo. Esto se ha producido cuando China está adoptando una postura de mayor confrontación hacia los Estados Unidos y nuestros aliados y socios”.
Por su parte y como respuesta al desafío chino, Jake Sullivan, asesor en Seguridad Nacional de la Casa Blanca, codifica las Leyes de Reducción de la Inflación, la Ley de Infraestructura, y la Ley de Semiconductores y la Ciencia como el “nuevo” Consenso de Washington. No lo hace el asesor económico, sino el asesor de Seguridad Nacional: “(…) la presidencia de Biden persigue una estrategia industrial y de innovación moderna, tanto en casa como con socios de todo el mundo (…), que identifica sectores específicos que son fundamentales para el crecimiento económico, estratégicos desde una perspectiva de seguridad nacional, y donde la industria privada por sí sola no está preparada para realizar las inversiones necesarias para asegurar nuestras ambiciones nacionales”. ¡Sorpresa! El Estado es un instrumento estratégico en aras de la seguridad y la hegemonía nacional.
Este “nuevo” consenso representa una revisión al viejo CdeW que había rechazado, según Sullivan, “la visión de inversión pública que había revitalizado el proyecto estadounidense en los años de la posguerra –y, de hecho, durante gran parte de nuestra historia–; dando paso a un conjunto de ideas que defendían la reducción de impuestos y la desregulación, la privatización por encima de la acción pública y la liberalización del comercio como un fin en sí mismo. Había un supuesto central: los mercados siempre asignan capital de manera productiva y eficiente, sin importar lo que hicieran nuestros competidores”.
Este es un repudio unilateral al catálogo neoliberal del viejo CdeW. Sin embargo, el “nuevo” consenso promueve directamente, sin hipocresías, los intereses económicos globales norteamericanos. Por un lado, hay que asegurar que los países poseedores de minerales críticos –como el níquel, el cobalto, el litio, etc.– se convierten en destinos de inversión para asegurar el control de estos materiales. Según Laura Richardson, jefe del Comando Sur de los Estados Unidos, en declaraciones públicas sobre Latinoamérica afirmó que: “60% del litio del mundo se encuentra en ese triángulo –Argentina, Bolivia, Chile–”. Además, “31 % del agua dulce del mundo en esta región“.
Por otro lado, en los países cercanos (nearshoring) se instalan las actividades manufactureras de ensamblaje, México, por ejemplo, o que las empresas extranjeras que tienen el liderazgo en la industria de semiconductores construyan sus instalaciones en los Estados Unidos, como la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company Limited (Tsmc) lo viene haciendo. La finalidad es desacoplar la economía norteamericana de la economía china y evitar que desarrolle o tenga acceso a las tecnologías de frontera, como la producción de semiconductores. Krugman se refiere a la política de Biden como “nacionalismo económico sofisticado”; además, de ser una respuesta adecuada a China que se puede quejar todo lo que quiera porque hace lo mismo.
En conclusión, la política de promoción industrial vuelve a estar en las opciones de política de los países desarrollados, “escogiendo ganadores”, aunque sigue siendo descartada en las recomendaciones para los países en desarrollo, que además están cercados por los tratados comerciales de libre comercio, y se especializan en economías extractivas: “Quitan la escalera, los países ricos, por la que subieron a la cima de su grandeza, a sus socios comerciales”, dijo el alemán Federico List en 1841.
Columna de opinión tomada de La Silla Vacía.
Publicada el 3 de mayo de 2024.