Para muchas personas, y, con mayor razón, para quienes la habitamos, no es una novedad comentar las cuestionables condiciones de infraestructura de los edificios de la Universidad Pedagógica Nacional, el paso de los años ha dejado huellas evidentes: grietas en las paredes, techos rotos, escaleras hundidas y profundas inequidades en materia de accesibilidad para estudiantes con discapacidad, mientras tanto, la administración de Helbert Choachí, a través de una intensa propaganda, vende la idea de la “dignificación” de los diferentes espacios de la Universidad, sin embargo, lo ocurrido a lo largo del mes de noviembre demuestra que el maquillaje se cae con agua.
El viernes 21 de noviembre, varios estudiantes hacían fila para reclamar el almuerzo, con el inicio de la tormenta, la fila se dispersó ya que todos buscaban refugio. Allí la historia pudo haber terminado, pero, como ya es costumbre, la infraestructura volvió a traicionar a estudiantes y trabajadores. Los techos rotos, remendados y en mal estado, dejaron filtrar el agua en forma estrepitosa sobre las mesas y las bandejas con los alimentos, por lo que por todas partes había paraguas abiertos para al menos, poder terminar de almorzar. En el momento más crítico, la cafetería, parte posterior del restaurante, se inundó por el agua acumulada. La escena era desconcertante: las mesas nuevas, instaladas apenas el mes anterior, completamente empapadas e inutilizables, charcos en diversas zonas, baldes ubicados estratégicamente para contener las goteras y evitar daños a los equipos de trabajo y los alimentos, estudiantes con el almuerzo en la mano recorriendo el lugar sin encontrar un espacio confortable donde sentarse.

La cafetería no fue el único lugar afectado por la tormenta. A esa misma hora se vivían momentos de preocupación e indignación en el tercer piso del edificio A, en la oficina 309 del Departamento de Lenguas, el agua se filtró por el techo e inundó el espacio. Quienes se encontraban allí apenas alcanzaron a salvar sus equipos de trabajo para evitar daños mayores. Al mismo tiempo, en los baños de profesores de ese piso, el techo cedió por el alto nivel de humedad acumulada; los fragmentos cayeron al suelo y dejaron al descubierto la gravedad de la situación.

Hasta el día de hoy, 26 de noviembre, los estragos persisten. Al mediodía fue cerrado el baño de hombres del segundo piso del mismo edificio ¿La razón? El techo de la entrada terminó esparcido por el suelo a causa de la humedad acumulada durante estos cinco días. Es importante aclarar que las afectaciones no recaen únicamente sobre los estudiantes, sino también sobre las trabajadoras y los trabajadores encargados de la limpieza y las reparaciones, quienes se han visto perjudicados en su salud por la constante exposición y los olores que desprende la humedad.


Lo sucedido no es cuestión de mala suerte. En la larga historia de las universidades públicas, los gobiernos de turno han atacado sistemáticamente la educación superior mediante diferentes tácticas, y hoy no es la excepción. El gobierno de Petro, junto con el ministro Daniel Rojas, ha profundizado la política neoliberal del aumento de cobertura en las universidades públicas del país, el discurso de la cobertura como sinónimo de mejora educativa resulta un engaño: mantiene la precariedad en la calidad de la educación y debilita el carácter científico de la educación superior. Si van a ingresar más estudiantes, deben existir las condiciones necesarias para garantizar una formación del más alto nivel.
Para la UPN, entrar en ese juego solo agrava su estado de asfixia y precariedad. Soluciones como las mesas de concreto al aire libre, instaladas como respuesta al hacinamiento durante la hora del almuerzo, no son reales ni dignas. No hay ningún acto heroico en almorzar bajo la lluvia. Mientras tanto, seguimos con predios en mal estado y con nuevas adquisiciones destinadas a rentas privadas o abandonadas a su suerte por haber sido compradas sin la capacidad financiera para sostenerlas a largo plazo. Así, mientras la infraestructura se deteriora, los daños reducen cada vez más los espacios disponibles dentro de la universidad. Esa es la paradoja. En la UPN los problemas no han desaparecido: persisten y se transforman con nuevos matices.
Vale la pena preguntarnos: ¿qué piensan los estudiantes sobre esta situación?, ¿hasta cuándo debemos esperar para reunirnos y discutirla colectivamente?, ¿cuáles son hoy las condiciones laborales de las y los trabajadores? No podemos seguir haciendo la vista gorda cuando conocemos de primera mano la urgencia de una intervención radical en la infraestructura y no simples adecuaciones superficiales. Habitar edificios sin la capacidad arquitectónica de soportar un sismo es un riesgo permanente, es hora de estudiar para organizarnos y defender nuestra universidad. Aún estamos a tiempo.





