¡Viento en popa! La ANPI por Palestina con Luna y Manuela

No quedó duda de que la retórica del “pueblo elegido” y su “derecho a existir” solo puede sostenerse con las armas, con los dólares y con la hegemonía de Estados Unidos. La presencia de Manuela Bedoya y Luna Barreto, sobrevivientes del crimen de guerra israelí contra la Flotilla Sumud, volvió tangible el espíritu de resistencia. Ahí estaban, vivas, para dar testimonio del horror imperialista y de la esperanza de los pueblos del mundo.

El sábado 19 de octubre, el cielo de Bogotá amaneció cubierto de nubes. Solo algunos rayos de sol las atravesaban. Entrada la mañana, el salón comunal del barrio Policarpa empezó a llenarse de banderas rojas, voces sonoras y tinto cerrero. El primero en tomar la palabra fue Alí Nofal. Antes de pasar dos años en una cárcel israelí, de huir a Colombia, de abrir una tienda en La Candelaria, de liderar a la comunidad palestina de Bogotá y de ser anfitrión del Bloque Antiimperialista el 1º de Mayo, don Alí fue un niño en Ras Karkar, una aldea de Cisjordania. Algo de ese niño se asomó en el temblor de su voz cuando habló de Gaza. Su exposición recorrió con toda profundidad la historia de la ocupación, del apartheid y del genocidio, pero en el fondo respondía a una pregunta sencilla: por qué la vida de los niños palestinos vale menos que la del resto. Entre quienes lo oyeron no quedó duda de que la retórica del “pueblo elegido” y su “derecho a existir” solo puede sostenerse con las armas, con los dólares y con la hegemonía de Estados Unidos.

Su intervención abrió la Asamblea Nacional Popular Independiente por Palestina, donde una madeja de organizaciones sociales, políticas, sindicales, estudiantiles y populares de todo el país entretejieron la palabrea. Con el pasar de las horas, las expectativas de los presentes fueron convirtiéndose en certezas, hasta hacer de la jornada un paso firme hacia la unidad consecuente del movimiento de solidaridad con Palestina. La presencia de Manuela Bedoya y Luna Barreto, sobrevivientes del crimen de guerra israelí contra la Flotilla Sumud, volvió tangible el espíritu de resistencia. Ahí estaban, vivas, para dar testimonio del horror imperialista y de la esperanza de los pueblos del mundo.

Una convocatoria acertada

La Asamblea Nacional Popular Independiente no es algo nuevo. Se trata de una forma organizativa que ha venido consolidándose en los últimos años, al calor de la inconformidad popular frente a la cooptación de amplios sectores de la dirigencia movimiento social. El éxito de la jornada del sábado, que tenía como tema único la causa palestina, fue fruto del trabajo del Comité Directivo de la ANPI. Su documento de convocatoria celebró el cese al fuego y la liberación de rehenes palestinos, pero advirtió con claridad sobre el “intento de imponer un nuevo gobierno colonial tutelado” y “la maniobra imperialista de transformar el genocidio abierto en una ocupación más lenta y menos visible”.

El texto también planteó con firmeza que “la solidaridad verdadera con Palestina exige avanzar en nuestra propia autodeterminación nacional: romper toda complicidad y unir fuerzas con los pueblos en la lucha contra el imperialismo y el colonialismo”. En consecuencia, rechazó “la visita secreta del director de la DEA y su reunión con altos funcionarios del gobierno colombiano para reafirmar la subordinación a la política imperial de la llamada guerra contra las drogas”, así como “la instalación de bases militares y policiales en Gorgona y Leticia, financiadas por la Oficina Antinarcóticos de Estados Unidos, que encadenan nuestra soberanía a los intereses de la guerra y dominación global”.

En un generoso gesto unitario, el Comité extendió la invitación a Colombia Soberana, cuya delegación saludó el acto resaltando “la necesaria unidad de todas las organizaciones que luchan consecuentemente contra el imperialismo norteamericano, encarnado en Colombia por el gobierno de Gustavo Petro, cuyas inconsecuencias frente a la causa palestina hemos denunciado en el periódico Soberanía”.

Ante el gobierno, “exigencia y denuncia”

Durante el debate asambleario, Colombia Soberana intervino para desnudar la distancia entre los hechos y las acciones del gobierno colombiano, que mantiene las estructuras de complicidad con el genocidio. Recordamos que, pese a la retórica del presidente, su administración firmó un contrato millonario con la empresa militar israelí Elbit Systems, y continúa subordinada a la estrategia imperial de Estados Unidos, evidenciada en la condición de socio global de la OTAN y la participación en sus coaliciones del Sinaí y el Mar Rojo.

El énfasis de nuestra intervención estuvo en el carbón, que representa hasta un tercio de la matriz israelí. Denunciamos que, bajo el gobierno de Petro, las exportaciones continuaron y podrían continuar sin restricción alguna, amparadas en el engaño de dos decretos. El primero, lleno de excepciones, permitió a empresas como Drummond seguir exportando. El segundo, que debía corregirlo, renunció a sacar de la vida jurídica los permisos ya otorgados, según la tesis expuesta en una columna en Soberanía.

Sobre esto, advertimos a la Asamblea que ni el Ministerio de Comercio ni las demás entidades competentes han respondido nuestros requerimientos de información sobre medidas para hacer cumplir la supuesta prohibición. Unas se han negado a responder, otras se han declarado incompetentes y ninguna ha informado sobre la pérdida de ejecutoria de los permisos de exportación, el único cauce por el cual se podría alegar una tesis contraria a la nuestra.

Otras organizaciones enriquecieron el debate democrático sobre la postura a tomar frente al gobierno, aportando una serie de elementos adicionales. La agenda de lucha adoptada por la Asamblea recogió ese sentir, señalando al detalle las incoherencias en las que incurre Petro con el carbón, los tratados y las coaliciones, frente a lo cual se asumió una clara posición de denuncia y exigencia.

Llegar a buen puerto

Para Luna Barreto y Manuela Bedoya, el sancocho que sirvió la olla comunitaria de la ANPI fue el primero en mucho tiempo. Hicieron fila con los demás, recibieron su plato humeante y se sentaron en la mesa del frente. Comieron con calma. Cada tanto alguien se acercaba a saludarlas, a abrazarlas, a escuchar.

A finales de agosto, Luna y Manuela se lanzaron a cruzar el Mediterráneo con Greta Thunberg, Mandla Mandela y miles de personas del mundo entero, en la célebre Flotilla Sumud. El 2 de octubre, en aguas internacionales, sus embarcaciones fueron asaltadas brutalmente por el ejército de ocupación israelí. En minutos, los soldados tomaron el control, destruyeron los equipos de comunicación y encañonaron a la tripulación.

Luna y Manuela fueron secuestradas, torturadas e interrogadas en Saharonim, una de las cárceles del régimen de apartheid. Estaban a pocos kilómetros de otra cárcel, la de Gaza, la más grande del mundo, cuyos muros invisibles quisieron romper a golpe de vela. “Nosotras se lo dijimos a nuestros captores”, recordó Manuela durante su discurso ante la Asamblea. “‘Lo logramos. Esta tierra es tierra palestina. Llegamos a nuestro destino.’”

El eco de esa última palabra quedó resonando en el aire, junto al murmullo de la llovizna persistía sobre los techos del Policarpa. Ya no había esperanza de que cambiara el clima, pero los hilos de luz seguían colándose, ahora, por el horizonte.

Imagen de Eduardo Mestre

Eduardo Mestre

Abogado de la Universidad Nacional, especialista en derecho administrativo, asesor legislativo del senador Richard Fuelantala Delgado y creador de contenido en ‘Otra pregunta, amigo’.

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