Estamos viviendo hace más de un siglo una era insólita en la que se ha vuelto “natural” que las naciones poderosas sometan a las más débiles.

     La carta de la ONU de 1948 no ha impedido que esa subordinación sea cada vez más perjudicial y, claro, tampoco ha logrado que se detengan las guerras neocoloniales de invasión de las potencias en todas las latitudes. No es más que letra muerta, por lo que remitir el pleno ejercicio de la soberanía a sus artículos no pasará de ser una farsa.

     Nadie, medianamente sensato, puede negar que Colombia ha estado en los últimos 120 años sometida al saqueo y predominio de Estados Unidos, en colaboración con un puñado de personajes antinacionales. De hecho, a partir de la implantación de la economía neoliberal, se ha reforzado con los conglomerados financieros intermediarios que forman su primera base. Decenas y decenas de países en todo el orbe sufren este asalto y su buena ventura no será posible sin que decidan con libertad plena sus destinos. Sin soberanía no prosperarán ni la producción, ni la acumulación de riqueza, ni el ahorro propio, ni el bienestar de sus mayorías, ni la posibilidad de ocupar un sitial respetable en el ámbito mundial.

La soberanía es un aspecto nodal de los países en la política contemporánea, «es como la dignidad a las personas», dijo Carlos Gaviria Díaz.

     Un partido revolucionario en el siglo XXI, que se ve impelido a acometer la tarea descomunal de dirigir una extraordinaria movilización por el derecho a la autonomía nacional, ha de desarrollar múltiples tareas en todos los campos de la actividad social y entre ellas entender, con total claridad, cuáles son sus expectativas y verdaderos alcances en la participación electoral, la práctica política que el imperfecto régimen prevaleciente ofrece como bálsamo contra todo mal.

     Un partido revolucionario en el siglo XXI, no puede hacer de la denominada movilización política electoral, la casi única y solitaria táctica que alimenta su avance, ni asumir que las transformaciones de la sociedad puedan ser fruto de fortuitos triunfos electorales. No puede olvidar que una organización auténtica democrática concurre a las elecciones, como explicara Francisco Mosquera, porque no puede ganarlas.

     Asimismo, al adelantarse iniciativas para impulsar alguna unidad de acción, o coaliciones, o frentes estratégicos e incluso fusiones con otras organizaciones, debe diferenciarse una firme posición ideológica en torno a los principios básicos no negociables e inocultables. Prescindir de esa conducta y además convertir los avatares de dichas alianzas, con los más dispares personajes, en el foco vital de su accionar, conduce a laberintos cuya única salida, al perder la calidad distintiva, es tomar un atajo similar al de los treinta y tantos logos del circo electorero, otro más, al fin y al cabo.

     A contramano, una férrea unidad se forja con la más flexible actitud en las formas, pero con la mayor firmeza en el núcleo central del contenido y una evaluación correcta de cada clase y sector, así como de su rol y alcance, en cada etapa del proceso unitario. La primera, remitida al campo de las concesiones sin la segunda, será esfuerzo vano y llevará a perder el rumbo y, viceversa, la carencia de amplitud impedirá que el objetivo pueda alcanzarse. No es otro que –repitámoslo– la obtención de la soberanía plena de Colombia que requiere el esfuerzo mancomunado de millones.

     De ahí que la caracterización de cada momento; la situación socioeconómica; el estado de ánimo de la gente; la investigación de la correlación de fuerzas; la evolución de las determinantes contradicciones a escala global y; las esencias de las políticas de cada gobierno, entre los aspectos más relevantes, han de señalar los pasos tácticos para avanzar en la estratégica acumulación de fuerzas transformadora de la Nación, hacia destinos en la dirección opuesta a la sombría senda recorrida por más de un siglo. Lo contrario es guiarse por el subjetivismo que desemboca en un despeñadero.

     Es fundamental, por consiguiente, que todo análisis de la situación presente de Colombia parta por esclarecer el significado y la función del gobierno de Gustavo Petro, quien remoza la doctrina servil de Marco Fidel Suárez de solo mirar a la estrella del Norte, rendido a las fórmulas recolonizadoras de Washington para atenuar la decadencia económica, cultural, social, institucional y las execrables expresiones de violencia, para “controlar la explosión volcánica”.

La antipatriótica posición de Petro no puede taparse con el inconveniente argumento de «apoyar lo bueno y criticar lo malo».

     Resignándose en realidad solo al primer componente, a “ese no sé qué que merece reconocerse”, como lo prueban los votos en el Congreso de las susodichas bancadas “alternativas” a favor de los proyectos centrales del petrismo mientras la crítica se circunscribe a temas secundarios o formales. Ni las coaliciones o fusiones pueden basarse en la falta de reconocimiento del enemigo principal, donde cada miembro o tendencia tiene la libertad de brindarle su apoyo y aprobación, pero ninguno cuenta con el derecho de declarar la abierta oposición al personaje y gobierno designados para adelantar de manera soslayada, los designios para perfeccionar y profundizar la recolonización.

     Las fuerzas que podían haber trazado una línea invariable en el camino de construir una Nueva Democracia, vienen hace unos cuantos años saliendo del escenario para refugiarse, con un acomodaticio sentido de “sensatez”, tras los bastidores de “lo posible”. A paso lento pero progresivo, se han desmovilizado ideológicamente; han incubado el cretinismo parlamentario y cultivado ilusiones comiciales; han desechado de forma paulatina puntos programáticos esenciales para las amalgamas electorales que forman cada dos años, como ha sucedido con el indefectible rechazo del neoliberalismo y, en el mejor de los casos, han suplantado la promoción y dirección de las justas luchas del pueblo y la sociedad por un destemplado “acompañamiento”.

     Han extrañado, a la par, insignias claves en la educación política y patriótica de la población, para conservar los escasos votos; en ocasiones se cubren las apariencias con contados caracteres en las redes sociales tecnológicas y, más reciente, con intrincados juegos de palabras han renunciado a la definición pública de Petro como hombre de la hora del imperialismo e instrumento de engaño a amplios sectores y esquivan la oposición abierta y plena a sus políticas reaccionarias, revestidas de un falaz “progresismo”.

     Ese aciago panorama demanda formar un genuino movimiento que piense, diga y actúe en contra de la corriente contemporizadora que campea. Que mantenga en alto las banderas por la independencia de Colombia, y no claudique por largo y dificultoso que sea el recorrido. Ese movimiento es Colombia Soberana.

Se trata de que el legado histórico de clase no se extravíe; que se avive el fogón de la resistencia civil; que se persista en ir contra la corriente y se mantenga la oposición a los gobiernos antinacionales; que se trabaje sin desmayo en la instrucción de las verdades auténticas que guíen a obreros, jóvenes, campesinos, empresarios, clases medias y productores del campo y la ciudad, en el camino de la conquista de la autodeterminación nacional.

     Que se entone en voz alta la mayor y más calificada ilustración sobre las lesivas medidas que el imperialismo impone en cada momento y circunstancia; que se fomente, dadas las obvias limitaciones, la resistencia para enfrentarlas y que se esté en disposición de organizar la más abigarrada unificación de la Nación por la verdadera soberanía, que abra la página de la historia a una nueva sociedad, es el gran reto.

     Por lejana que se vea la meta se mantiene posible en el tiempo, si bien en un planeta sin faro político cierto y que hace décadas marcha en una ola regresiva, las contradicciones en el orden global contemporáneo se recrudecen por la ferocidad y el atrevimiento con que Estados Unidos propugna por su hegemonía. También el malestar interno desestabiliza a los países poderosos y emergen episodios que, o bien porque las inevitables implosiones detengan las guerras o bien porque estas desencadenen las rebeldías, pueden alumbrar un mundo diferente. En esa perspectiva no se han de transar principios ni verdades ni por apurados que sean los bretes transitorios ni por la ambición de ventajas pasajeras.

Convocamos a la ciudadanía sin distingo, a las clases y grupos sociales democráticos a engrosar esta organización política que pretende, por encima de las contradicciones secundarias que pueda haber entre ellos, unirlos en torno a la causa común y principal: la gesta patriótica por una Colombia Soberana.

Punto de partida para construir una sociedad próspera y equitativa en todos los órdenes, el anhelo de millones que por más de 200 años no se ha podido cristalizar.

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